martes, 13 de mayo de 2014

De futurizos a manadas de lobos devorándonos el futuro

Una mirada inclemente sobre nosotros, los humanos de hoy

Daniel Tirso Fiorotto
De la Redacción de UNO

El autor busca provocar al lector con un paseo por las consecuencias de la economía extractiva y consumista, y llama a volver la mirada a otro mundo cercano y vigente, aunque bien ocultado. Y lo hace desde un puente entre los pensadores Julián Marías y Macedonio Fernández.

El sistema generalizado en la modernidad sostiene los privilegios transitorios del 1 por ciento de la especie humana, contra el 99 restante y contra el 100 % de las demás especies. Eso significa, a mediano plazo, contra todos.
Es un planeticidio. Funda la relación de los seres humanos entre sí y con el universo entorno de la ganancia, la competición, el usufructo del trabajo de otros y la explotación de riquezas naturales, sobredimensionando los alcances de la “razón”, y con predominio de los dueños del dinero (usureros), únicos habilitados para la propaganda del propio sistema.
En estos días puede observarse cómo uno de los bancos más poderosos del planeta tienta a los argentinos para que los sueldos pasen por su intermediación, con promesas (cuentitas de colores) de préstamos, y de regalar cuotas por partidos ganados en el mundial de fútbol… ¿Quién puede desembolsar una montaña de dinero en propaganda, hasta el exceso, y arriesgar eso, sino la banca que domina el mundo y hasta se presenta simpática, con el uso y abuso de las figuras simpáticas del deporte?
Al hambre y la desnutrición que afectan a muchos, la modernidad suma el consumismo, un vicio (promovido por el sistema) basado en la extracción de riquezas con ritmos y métodos que ponen en riesgo la biodiversidad y en ella la humanidad.
Muchos humanos se creen saludables, pero están destruyendo intrincadas relaciones que permiten la continuidad de la vida, y consumiendo riquezas y energías que debieran preservar a sus nietos y bisnietos y al conjunto del planeta.
El sistema es para el 1 por ciento y por un tiempito. Su propaganda convence a multitudes que ignoran, aún en las universidades, los colegios de profesionales, los medios masivos, sus consecuencias catastróficas.
¿Hay una clase social libre del vicio del consumismo? ¿Por qué los gobiernos, cuando quieren mover la economía a través del consumo, determinan un adicional en los sueldos y las jubilaciones, por ejemplo para fin de año, con la certeza de los resultados?
¿Qué hacemos las familias, en general, cuando nos llega un plus, sino buscar en las góndolas cosas que hasta el día anterior no veíamos necesarias?
El vicio del consumismo cruza las capas y nos interpela. Por eso se impone volver la mirada al mundo austero y comunitario de los pueblos antiguos del Abya yala (América).

Cósimo Schmitz

Como en el cuento de Macedonio Fernández, los humanos hemos sido operados masivamente por el doctor Desfuturante, con una práctica similar a la que padeció (en “Cirugía psíquica de extirpación”) el herrero Cósimo Schmitz.
Nos han extirpado el sentido de futuro. Sentimos pero no prevemos sino unos minutos, a metro y medio de la silla eléctrica.
Los entrerrianos estamos encerrados también en esa cárcel. El litoral es occidental y moderno, es el planeta en frasco chico. Aquí el desmonte, aquí los agrotóxicos, aquí la pesca desmedida, aquí la erosión del suelo, aquí los arroyos saturados de residuos tóxicos, aquí el agua puesta en riesgo, aquí la fractura hidráulica al acecho, aquí las nuevas promesas de represamiento de nuestros ríos, aquí la petróleo-dependencia para la producción a gran escala y el transporte de enormes volúmenes a gran distancia, aquí el predominio de las multinacionales, y aquí la resignación a un sistema perverso.
Todo salta a la vista, pero no contestamos. ¿Por qué?
Somos Cósimos multiplicados. Adoptamos un pasado que no es el nuestro pero justifica nuestras debilidades y tropiezos, y nos hicimos extraer, con los recuerdos, la capacidad de estimar las consecuencias de nuestros actos.
En ese 99 % restante, que decíamos, muchos viven deslumbrados en un presente de ilusiones.
Eso equivale a abandonar una condición esencial del ser humano.
En una visita que realizó hace algunos lustros a Paraná el filósofo católico Julián Marías, ante nuestras preguntas más o menos juveniles se extendió sobre el término “futurizo” para definir al hombre.
Dijo Julián Marías: “Yo he hecho que se incluya en el diccionario de la Academia una palabra, el adjetivo futurizo, con dos terminaciones. En el español hay cincuenta o sesenta palabras que terminan en el sufijo izo, decimos un balcón saledizo, un tejado voladizo; dice Lorca un costurero grande de raso pajizo; el que lo olvida todo decimos que es olvidadizo, el que se enamora con demasiada facilidad que es enamoradizo. Indica tendencia, propensión, inclinación a algo”.
“El hombre no es futuro, es presente, aquí estamos ustedes y yo, pero estamos pensando en el futuro, estamos anticipando lo que vamos a hacer luego, mañana, o dentro de 20 años. Estamos proyectados al futuro. Por tanto, somos irreales. La persona es real e irreal, insegura… la persona es una realidad extraña que no se parece a ninguna otra, compuesta de realidad e irrealidad”. “Vive en la imaginación, vive anticipando, proyectando, ustedes están aquí presentes, pero ustedes están esperando quizá con impaciencia que yo termine de hablar, su realidad personal es fundamentalmente imaginativa, irreal porque no existe ni es seguro que exista”.
“Por eso no se puede decir futuro –agregó Marías-. El diccionario de la academia por influjo mío ha incluido un adjetivo con dos terminaciones, futurizo - futuriza. El hombre es presente, es futurizo, está vuelto al futuro”.

La flor del ilolay

Y bien, seremos futurizos, claro, como decía Julián Marías, pero desfuturados como imaginó Macedonio Fernández, que evidentemente no había sido operado.
Con su permiso, vamos a resumir al desfuturado en una consigna: que el futuro no distraiga nuestro presente.
El mismo Julián Marías tan abierto al futuro desestimó, en la misma charla (europeo al fin), las voces de alerta sobre el quebrantamiento de la armonía, la destrucción de la biodiversidad.
Ponderó, sí, el aumento de la expectativa de vida. Alcanzó a ver algunas buenas noticias para los humanos de hoy, y no vio que derivaban de malas noticias para sus nietos.
Interesante la definición del hombre como animal futurizo, y paradójico que surja de un desfuturado.
¿Y cómo es que fuimos desfuturados? Digamos que en la operación no hay método clásico. El quirófano es el living o el comedor, donde hemos instalado televisores o cosas parecidas. (No mencionaremos aquí el aula, para no abrir un frente poderoso). Con esas herramientas se obstruyen las arterias de la libertad, colocando tapones llamados propaganda.
La propaganda es así una concentración alta de colesterol en las arterias de la comunidad, recargadas de tóxicos como los arroyos.
El que guarda canales más o menos libres deberá cuidarse por todos los flancos, porque los operadores no descansan en su tarea: volcarnos la basura.
El que guarda canales más o menos libres lucirá una carátula con la inscripción viejo amargo, colgada por los vecinos que acostumbran tirarse con flores del ilolay (las que devuelven la luz), y danzar enceguecidos sobre sus pétalos. Lo que el siglo XXI llama fiesta.

Ni muy muy ni tan tan

Hay que decir que el estado de embelesamiento de Cósimo  se debía a la extirpación de la capacidad de prever, pero su mismo autor (Macedonio) explica que estamos ante un cuento, de modo que si un Cósimo anda extasiado por el presente eso puede obedecer a que logró trascender los muros ficticios levantados entre pasado, presente, futuro. O porque se operó de ilusiones y advierte que, con sólo hacer lo que se debe, por lo demás no habrá que saltar en demasía ni clavarse un puñal.
De modo que una sonrisa ni muy muy ni tan tan, una suerte de alfombra voladora sobre las pasiones, sería la manifestación humana de la armonía inmutable en la que el ser humano puede vivir y conocerse y amar y compartir y luchar y todo eso a la vez.
Ahora: la fiesta de muchos hoy no parece derivar de allí, sino de una candidez impuesta por ese Extirpio Temporalis (otro alias del doctor Desfuturante), que es la modernidad consumista, propagandista, y para eso en extremo extractivista, mientras nos mantiene inconscientes de los efectos.
(Antes habíamos mostrado cómo las multinacionales nos parasitan al modo de la cotesia al marandová: en simbiosis con un virus que nos paraliza, y decíamos que ese vicio es la ignorancia promovida por la propaganda y la banalización).
Dicho de otro modo: apenas recuperemos nuestra capacidad de prever y veamos con claridad el biocidio de hoy, el paisajicidio (expresión que le escuchamos a Gonzalo Abella); cuando tomemos conciencia de la sangre que derramarán nuestros nietos, sea por un vaso de agua, un plato de comida o un sueño, entonces sí podremos decir que hoy celebramos un momento efímero y lo hacemos con la energía, la comida y la paz del resto del planeta, y de los hijos de nuestros hijos.
Los agricultores suelen decir que el suelo es un bien que pedimos prestado a nuestros nietos. Hoy, la verdad es otra: el suelo es el basural de nuestros derroches, nuestras vanidades, nuestra ignorancia, nuestro apetito desmedido, y fue asaltado por pocos.
Más que extirparnos el futuro, lo que estamos haciendo es invadir el mundo de nuestros nietos a sangre y fuego, para saquearlo, de modo mil veces peor que la invasión del Abya yala hace 500 años. La civilización de estos siglos ya asaltó los pueblos milenarios del Abya yala, hoy asalta los pueblos del futuro. En su ahogo, da manotazos. Y casi todo fruto de la “razón”.

En las grietas

Cada día más controlados, más vigilados, y bastante resignados y satisfechos (hasta pedimos más cámaras en las veredas y dejamos que nos registren hasta en el inodoro); más o menos callados cuando podemos consumir, sea cual fuere el origen de nuestras comodidades (la soja, por caso), y cuesten lo que cuesten, no advertimos que esta mentira, como todas, tiene patas cortas.
El ruido, el entretenimiento banal, nos empujan al aturdimiento. Pero apenas zafemos de esa enajenación veremos el mundo nuestro, el mundo del hermano con la actitud recíproca de las manos abiertas (jopói, dice el guaraní), el mundo de la vida y el trabajo comunitarios, de la integración completa de la humanidad en el paisaje, de la vida austera, de la no acumulación, del pedir permiso al río, al árbol, a la tierra, de la armonía no negociable (sumak kawsay); el mundo muy distante de la soberbia que permite, en el colmo, el toqueteo de la condición genética de las semillas, y su patentamiento.
Salidos de la enajenación nos abriremos a ese mundo en donde conversar con el sauce y con la tararira, como el gurí pescador, donde el caballo cuenta su nostalgia sin hablar como lo sabe Vicente Cúneo y lo sabía antes Joaquín Lencina (Ansina); donde sabemos que lo que está abajo subirá, lo que está arriba bajará como en los suelos vertisoles, gredosos. Un mundo que la modernidad oculta, pero aflora en las grietas.

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